En el marco de la marcha del Día del Trabajador del 1 de mayo de 2025, el expresidente de Honduras, José Manuel Zelaya Rosales, desató una ola de controversia al declarar públicamente: «Nosotros no tenemos miedo, ni a Dios le tenemos miedo porque nos comportamos bien».
La frase, pronunciada frente a medios de comunicación y asistentes a la movilización, fue rápidamente replicada en redes sociales y medios digitales, generando reacciones divididas. Mientras algunos interpretaron sus palabras como una expresión de seguridad en la propia conducta, para muchos hondureños –en su mayoría de fe cristiana–, el comentario fue percibido como una muestra de arrogancia y una falta de reverencia hacia lo divino.
El temor a Dios, según la tradición bíblica, no es un miedo paralizante, sino un respeto profundo, una conciencia de Su soberanía, y el reconocimiento de que toda autoridad humana está supeditada a una autoridad superior. Proverbios 1:7 lo expresa claramente: «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la disciplina.»
En este contexto, decir que no se teme ni a Dios puede interpretarse como una forma de autosuficiencia espiritual, o incluso, para algunos, como una blasfemia. Especialmente viniendo de una figura pública, cuyas palabras tienen peso simbólico y social.
La declaración provocó una serie de respuestas de ciudadanos, líderes de opinión y creyentes que ven en esas palabras no solo una desconexión con la sensibilidad religiosa del pueblo, sino también una actitud que puede rayar en la soberbia. A través de videos, memes, análisis y editoriales, la frase de Zelaya se ha convertido en el epicentro de un debate nacional sobre fe, ética pública y el rol de la espiritualidad en el discurso político.
Si bien el expresidente intentó justificar su afirmación aludiendo a su buen comportamiento, el daño ya estaba hecho: la frase eclipsó los objetivos de la marcha y abrió una grieta entre su figura política y un sector de la población que considera el temor a Dios un valor innegociable.
En tiempos donde la figura del líder debe ser ejemplo, estas declaraciones nos recuerdan que el respeto a las creencias del pueblo no es una opción, sino una responsabilidad.
Porque la verdadera sabiduría no se encuentra en desafiar a Dios, sino en reconocerlo como fuente de justicia, humildad y guía en toda autoridad terrenal.