En un mundo donde las redes sociales se han convertido en juzgado, tribuna y cadalso, basta un video mal encuadrado y un par de lágrimas para fabricar un mártir. Así surge el nombre de Ivet Playà, una joven que, sin denuncia formal, sin pruebas objetivas ni contexto completo, acusa hoy a Alejandro Sanz de haberla “usado”. Pero como todo drama moderno, aquí hay más sombras que luces.
🎭 El guion que no convence
Ivet afirma haber tenido una relación íntima con el cantante desde que tenía 18 años. Y aunque se refiere a ese vínculo como algo que la dejó emocionalmente marcada, llama la atención que solo ahora, tras años de aparente silencio, levante la voz… justo después de que Sanz le negara invertir en un negocio familiar.
Sí, lo leíste bien: antes de las acusaciones, hubo una propuesta comercial. “Invierte en el negocio de mi familia”, habría sido el pedido. Sanz consultó con su equipo, analizó y dijo no. Y de ahí, como una novela mal escrita, la decepción se tornó denuncia. No ante la justicia, no con un abogado… sino con seguidores y hashtags como testigos.
📉 Cuando la víctima aparece con propuesta en mano
No se puede banalizar el dolor real de muchas mujeres que han sufrido abusos. Pero tampoco podemos tolerar que el papel de víctima sea moneda de cambio emocional o herramienta de presión económica. Si había un daño, ¿por qué no denunciarlo antes? ¿Por qué mezclar sentimientos con negocios? ¿Por qué esperar un “no” para luego hablar?
Alejandro Sanz, por su parte, respondió con calma: habló de respeto, de adultos compartiendo cariño, y de no prestarse a chantajes emocionales ni manipulaciones públicas. A diferencia de otros, no se escondió, no guardó silencio, no culpó a terceros.
📲 El nuevo mártir digital
El martirio, en la era de TikTok, no necesita cruz ni corona de espinas. Basta con un celular, una historia triste y una audiencia dispuesta a juzgar sin contexto. Ivet no pidió justicia, pidió atención. Y la obtuvo. Pero no porque haya una verdad dolorosa por resolver, sino porque el escándalo siempre vende más que la prudencia.
🧭 Reflexión final
Este caso no habla solo de dos personas. Habla de una cultura que recompensa el escándalo y castiga el silencio. Donde el «yo me sentí mal» pesa más que la evidencia, y donde cualquiera puede crucificarte en redes por no haber invertido en su sueño personal.
Hoy, Alejandro Sanz sigue en pie. No porque no haya errores en su historia —todos los tenemos—, sino porque no todos los dramas son delitos, y no todas las lágrimas son inocentes.